
Dice un texto de alquimia: "De una sustancia se hacen dos substancias y de las dos una que no se parece en nada a la primera".
Un guardián de la puerta dijo: `Entra, por favor, hemos estado esperándote`.
Y Buda dijo: Cómo puedo entrar, cuando otros no han llegado? No me parece el momento adecuado. ¿Cómo puedo ingresar, cuando la totalidad aún no ha ingresado? Tendré que esperar. Es como si mi mano hubiese alcanzado la puerta y mis pies no hubiesen llegado aún. Tendré que esperar. Simplemente la mano no puede entrar sola."
Y abajo, al pie del declive amargo,
cruelmente desesperado del corazón,
se abre el círculo de las seis cruces,
muy abajo
como encastrado en la tierra madre,
desencastrado del abrazo inmundo de la madre
que babea,
la tierra de carbón negro
es el único lugar húmedo
en esta grieta de roca.
El rito consiste en que el nuevo sol pase por siete puntos
antes de estallar en el orificio de la tierra.
Hay seis hombres,
uno por cada sol
y un séptimo hombre
vestido de negro y de carne roja
que es el sol
violento.
Este séptimo hombre
es un caballo,
un caballo con un hombre que lo acompaña.
Pero el caballo
es el sol
no el hombre.
Al ritmo desgarrante de un tambor y de una trompeta larga,
extraña,
los seis hombres
que estaban acostados,
enroscados a ras de la tierra
brotan sucesivamente como
girasoles
no soles
sino suelos que giran,
lotos de agua,
y cada brote
se corresponde con el gong cada vez más sombrío
y contenido
del tambor .
hasta que de pronto se ve llegar a todo galope;
con una velocidad. de vértigo,
al último sol,
al primer hombre,
al caballo negro y sobre él
un hombre desnudo
absolutamente desnudo
y virgen.
(sobre él)
Después de saltar, avanzan describiendo
meandros circulares
y el caballo de carne sangrante se enloquece
y caracolea sin cesar
en la cima de su risco
hasta que los seis hombres
terminan de rodear
las seis cruces.
La tensión mayor del rito es precisamente
LA ABOLICION DE LA CRUZ.
Cuando terminan de girar
arrancan
las cruces de la tierra
y el hombre desnudo
sobre el caballo
enarbola
una inmensa herradura
empapada en la sangre de una cuchillada.
Una manzana dentro de una semilla se hace de la realidad como la flor abierta y sin sombrilla, Como ver las cuentas que se mueven mientras los capullos se mudan.
Como cuando callamos, y entonces las cosas dejan de suceder para dejarnos a nosotros sucediendo;
Estamos,
¿Dónde estamos?.
Las nubes bajan y disipan,
La voluntad, cohesión de lo constelado;
Las cuentas son ahora las burbujas, mar entero percibido.
Hacemos figuras desde los elásticos, nuestros dedos.
Entonces un deja vu es el que se avienta,
Ese es también el lenguaje del cuerpo.
La presencia latente sin presencia,
Somos manzanas dentro de semillas.
Había querido esconder las lágrimas en mis bolsillos hasta que la noche las deshiciera,
Hasta que nadie me viera verlas lo haría,
Lo haría antes de aventarlas al puente,
Antes de enterrarlas, de volverle la cara hacia atrás.
Habría querido hacerlo,
Pero antes de hacerlo algo pasó,
Se quebraron las intenciones y como agujas ensangrentadas traspasaron de su lugar,
Se corrompieron, bebieron de la insolencia,
De su desolación escaparon sus rejas abruptas, ilusorias y casi inocentes,
De su muerte vivieron otras muertes,
De su vida agonizó su muerte,
De lo inocuo se hizo lo incurable.
Y así, al concretarse la fuga inesperada, me equivoqué...
Callé...
Caí...
Erré al descubrirme,
Lloré,
Volví,
Tal como seguir con los pies atados en la herida firme.
Nunca supe si desde ahí fui separado de los almacenes y los vendajes,
De los embriones de las nostalgias, risas y carruseles,
Nunca supe si desde las lágrimas habían nacido las ciudades,
Sus asfaltos de pena, de amor enarbolado, sus broqueles;
Si desde ahí la espiral quitó sus pantuflas para estirarse decidida, nunca lo supe,
Nunca supe si desde ahí la sal se hizo la línea de la mano que ahora se expande, dulce, destino.
Nunca lo supe,
Porque ahora ya he salido a buscarte.
Hace un rato, vi una araña en la cocina y el temor a que ella me hiciera daño me hizo querer matarla. Luego de mirarla unos segundos, pensé en lo estúpido que era creer en que una araña caminando por la pared de la cocina era una amenaza; “aunque esta araña es venenosa, más venenosa es la idea que tengo de sus intenciones” – pensé. La miré unos segundos más, soplé sobre ella, intenté tocarla con un tenedor y luego le dije que no la mataría. Guardé el tenedor y fui a mi habitación a escribir. De pronto, veo una araña caminar por el piso de la habitación, y sin pensarlo dos veces la pisé. Guardé silencio culpable. Entonces voy a la cocina para ver la araña en la pared, pero ya no estaba.
¿No era el mismo que hace un rato hablaba con ella acerca de mis miedos? ¿No era ella misma también? ¿No somos todos lo mismo, las arañas, las cocinas, las habitaciones y los temores?