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domingo

Réquiem de bolsillo


Canto 1

¿Acaso hay alguien que hoy esté de luto,
Presenciando y velando los restos de su vida desde una vitrina,
Haciendo muecas al que estuvo una vez,
Y caminó pasos que nunca fueron de él?

¿Estuvo él presente?
¿Quién se lo ha llevado, dejando sólo un candelabro para encender?

Pudo mirarse en el preciso momento,
Cuando el ángel de la muerte besó su frente;
Quiso también que le prestara sus alas y su precipicio,
Sólo por un momento,
Sólo para ver si calzaban es su espalda.

Pudo palpar su helado cuerpo,
Y supo que siempre estuvo escapando,
Tibio, las menos veces;
Pero al alejarse desaparecería,
Enroscándose en su cuerda roja,
En una arteria psicodélica para entrar en una escondida ventana.

La entrada, daba a un segundo paso,
Y en su desconcierto, aparecía nuevamente afuera,
Y la ventana, sonreía y sonreía
Y él, de luto y confuso, lo intentó nuevamente.

Pero olvidaba que estaba muerto,
y al mismo tiempo la ventana cobraba vida,
Se disfrazaba de animal místico,
De papiro enollado en una eternidad.

Entonces encendió dos velas,
Una para cada imagen de su cuarto,
La primera era una pequeña sombra,
La segunda, líquida paloma dorada.

De telares antiguos, ígneos y solares,
Se tejió la mortaja del antiguo,
Envoltura sellada por lágrimas de metal,
Cortezas de bronce pulidas en la incertidumbre.

Y las piedras que asustan ya me parecen serpentinas,
!Han venido todas, es una emoción tan grande!
Hata odaliscas de papel llueven en este cielo fúnebre,
Todo, para honrar a este pobre finado,
Pálido y helado, tan pobre y asombrado.

!Hay del barro en que nací!
¿Qué ha de merecer este sonoro aliento,
Si debajo de esta tierra todo era tan tranquilo?
¿Qué me alcanza con esta estatua de arena, con este vino y este frenesí?

!Se fue a vivir al paraíso de los relojes detenidos!,
Alcanzaron a decir dos velas al unísono;
Justo antes que se apagaran,
Y partieran los deudos a la tierra del olvido.

No alcanzaron a decir nada más ellas,
Pobres llamas, tanto que esperaban hablar,
Mucho que hacer tenían todos ellos, gritó el abuelo en un alarido,
Muchos peces que meter en la bañera.

Entonces un viento las encendió nuevamente,
Justo cuando los demás cruzaron la salida,
Hace frío en esta caja, dijo una en un giro ascendente,
Espera a que les llegue esta carta, respondió la otra.


1 comentario:

Clarice Baricco dijo...

Implorando....

Agradezco tu visita.

Un placer leerte.

Abrazo